La nueva normalidad: Orden en medio del caos

orden en medio del caos

En esta nueva realidad, que se ha convertido en una nueva normalidad, hemos cambiado radicalmente de hábitos.  Hemos pasado de estar en casa sólo unas horas al día, a que sea este nuestro nuevo hábitat. El hogar, un espacio compartido con otros familiares o compañeros, se ha convertido en el principal espacio de convivencia en el que tenemos que encontrar un nuevo equilibrio que nos permita llevar a cabo todo cuanto debemos y queremos hacer en el día.  

De repente, nuestro hogar, el lugar donde vivimos, comemos, dormimos y convivimos, se ha convertido también en nuestro lugar de trabajo al que tenemos que dedicar un mínimo de ocho horas de tareas productivas. Nuestro hogar se ha convertido en nuestra escuela o centro educativo, en nuestro espacio de ocio en el que debemos de encontrar espacios para el ejercicio, ver cine, socializar y tomarnos unas cervezas. Incluso el tiempo que antes dedicábamos a ir de compras, ahora, en la mayoría de casos, se ha convertido en una tarea que hacemos a través del ordenador o el móvil desde casa, y que sólo rompemos para comprar alimentos o productos de primera necesidad en las tiendas o supermercados locales.  

En este nuevo ecosistema, en nuestro hogar, tenemos que encontrar un equilibrio entre las tareas que tenemos que realizar, nuestras obligaciones familiares, y nuestras necesidades personales y emocionales.  Nuestra necesidad de socializar queda reducida a nuestro círculo más íntimo, a las redes sociales y las conversaciones que podamos tener a través de la pantalla. 

En este nuevo hábitat, nos enfrentamos al gran reto de ser capaces de realizar las tareas del día con enfoque, siendo productivos y minimizando las distracciones, sobre todo en nuestro trabajo y en nuestras horas de estudio. De pronto, tenemos que encontrar espacios en nuestro hogar para aislarnos, sin distracciones, separados de otros espacios comunes en los que siempre va a haber otros miembros con los que convivimos. Incluso nuestro espacio más íntimo puede no serlo del todo, pues puede ser una habitación a la que otros miembros tengan que acceder momentáneamente, ya sean los hijos, el perro o el gato que aparecen con necesidades variopintas, sin ser conscientes ni respetando nuestro espacio. Nuestro enfoque se ve dificultado por otras muchas distracciones y obligaciones, como poner la lavadora, tender la ropa, cocinar, o atender a la peticiones y necesidades de las personas con los que convivimos.

Si, además, añadimos el hecho de que la gran mayoría tenemos en nuestras manos un teléfono inteligente que constantemente nos bombardea con mensajes, ya sea de chats o de anuncios personalizados que irrumpen a través de las redes sociales, nos encontramos con montones de pequeñas distracciones. Por lo tanto, si realmente queremos estar enfocados y ser productivos, debemos ser muy disciplinados y capaces de establecer barreras y trincheras que nos protejan.  El “Smartphone” es un aparato que tenemos que regular y aprender a ignorar, puesto que puede tomar control de nuestro tiempo con mucha facilidad.  Además, las aplicaciones de chats o mensajería han eliminado nuestra privacidad, todos sabemos que la otra persona va a recibir un mensaje inmediato y esperamos que nos responda al momento, sin tener en cuenta si está en horario de trabajo o realizando otro tipo de tareas.  Si llevamos a cabo una actividad que requiere toda nuestra atención, ya sea una clase, una reunión de trabajo, preparar una propuesta o un informe, hacer yoga o ejercicio, debemos dejar el teléfono lejos, o en modo avión, o en el cajón.

Por otro lado, hay que tener en cuenta la productividad; es decir, ¿cuántas de las horas que empleamos en hacer algo son cien por cien productivas? Este es un tema que se está debatiendo y cuestionado ampliamente, puesto que estar ocho horas trabajando, no necesariamente implica que dichas horas sean todas productivas. De estas ocho horas, si conseguimos que la mitad sean cien por cien productivas y efectivas sería un gran éxito.  Para ello precisamos disciplina, equilibrio y utilizar herramientas que nos ayuden a ser más productivos.  Si podemos llegar a establecer cuatro tramos de una hora en los que tengamos un enfoque total y sin distracciones, seguramente conseguiremos incluso ser más productivos que dedicando ocho horas, y habremos ganado cuatro horas al día que podemos dedicar a realizar otras tareas o menesteres.  Dedicar ocho horas con un cien por cien de enfoque funciona bien en determinados picos de trabajo, pero no es sano aplicarlo muchos días seguidos si no queremos sufrir estrés y tener problemas de salud.

Si somos capaces de aplicar un sistema en el que cada hora con enfoque total sea equilibrada en sí misma, veremos grandes resultados, y podremos incluso hacer aquellas tareas que llevan tiempo en nuestra lista de tareas pendientes.  El sistema del que hablo permite que estas horas cien por cien productivas no tengan que realizarse de una sola vez, sino que se pueden repartir en distintos tramos a lo largo del día.  Una recomendación es ponerse citas en el calendario o agenda para cada tramo productivo, que debe ser tratado como una reunión con uno mismo, en la que no puede haber interferencias o despistes.  Este sistema es muy gratificante, pues permite que la lista de tareas pendientes con tareas que llevan ahí una eternidad vaya disminuyendo.

Otro aspecto importante, es analizar la lista de tareas pendientes y destacar qué tareas están siempre en la lista y representar una carga para nuestro subconsciente.  Siempre están en la lista, las vemos, pero no las atendemos, y cada vez que decimos que la vamos a hacer encontramos otras tareas más inmediatas o inventamos cualquier excusa para aparcar de nuevo esa tarea.   En estos casos, debemos preguntarnos: ¿qué tan importante es esa tarea?, ¿por qué quiero o debo hacerla?, ¿por qué me resisto a realizarla?, ¿por qué siempre la aparco?  Tras este análisis, le asignamos una prioridad y la agendamos, o decidimos posponerla por no ser importante ahora, o bien la quitamos de la lista si ya no es relevante.  Sucede a menudo que nos resistimos a ciertas tareas que vamos aplazando continuamente. Con este análisis podemos ver si existe alguna resistencia que nos bloquea, y trabajar en ella.

Un ejemplo práctico de mi propia experiencia:  En mi calendario tengo agendados tres tramos de una hora a la semana para escribir mis reflexiones sobre negocios y valores humanos, pero, a menudo, hay otras tareas urgentes que se llevan ese espacio. Hace unos días me detuve a reflexionar si realmente quería escribir, si simplemente tenía que olvidarme y quitarme esa tarea de encima, o por qué me resistía a escribir.  Con esta reflexión descubrí que me resistía a exponer públicamente mis reflexiones y pensamientos; que existía un miedo subliminal a cómo defender mis posicionamientos cuando alguien cuestionase mi forma de pensar; miedo a que lo que explico no se entienda o sea malinterpretado. Me di cuenta de que esta resistencia y este miedo frenaban mi voluntad y mi deseo de escribir, y que, con mucha facilidad encontraba excusas o aceptaba rápidamente otras tareas que aparecían.  A esto se le llama procrastinación o dilación, y caemos en ello con mucha facilidad.

En conclusión, en esta nueva realidad tenemos que ayudarnos de sistemas que mejoren nuestra productividad, que nos sirvan para enfocarnos en las tareas que debemos de realizar, que nos aporten equilibrio a nuestro día a día, que nos hagan dejar de sentir culpables por lo que hacemos o no hacemos, y que nos permitan controlar cómo y en qué empleamos nuestro tiempo, de forma que nos sintamos satisfechos y en armonía en este nuevo hábitat que hemos creado.